Causas de la muerte del Conde de Villamediana. Elementos para una leyenda
- Anecdotario.
Elementos para una leyenda.
1.1.Las amantes del Conde de Villamediana
A comienzos de
siglo, Villamediana estaba en su máximo apogeo, ocupaba una buena posición
social, era joven y atractivo, y gran poeta; pero ya empezaba a mostrar su
carácter y su pasión amorosa. Según Emilio Cotarelo,[1]
hacia esa época es cuando se producen varios de sus amoríos. El primero
conocido es con la Marquesa del Valle, que fue nombrada aya de la reina para
cuidar al hijo que iba a nacer. En 1601 tomó posesión de su cargo, pero dos
años después se la ve desposeída y saliendo de palacio en circunstancias
extrañas. [2]
También es cierto que tales amores resultarían extraños
ya que Villamediana tan sólo contaba con 18 años y ella ya era una señora de
bastante edad. Asimismo, circuló una leyenda según la cual él le quitó unas
joyas que le había regalado y llegó hasta las manos con ella.
En ese mismo año, 1601, con la privanza del Duque de
Lerma, se trasladó la corte a Valladolid. Villamediana viajó hasta allí y
comenzó a pretender un matrimonio ventajoso con algunas de las damas de la
corte, siendo rechazado por todas ellas. Finalmente se casa con una gran dama
descendiente del Marqués de Santillana: Doña Ana de Mendoza y de la Cerda. La
firma de esponsales fue el 4 de agosto de 1601 en Guadalajara y el matrimonio
se celebró unos meses después. Tuvieron descendencia, pero todos los hijos se
malograron.
Según Juan Eugenio Hartzenbusch:
Cuatro declarados galanteos de Villamediana constan en
sus obras manuscritas e impresas, además de algún otro indeciso: el de la
Marquesa del Valle, que debió durar poco; el de Laura, que fue la pasión
duradera de Tássis; el de una Dª Justa Sánchez, parienta y dama de D. Diego
Tobar; y por último, el de Dª Francisca Tabora. No se ha dicho palabra de
ninguno de ellos, y la atención general se ha fijado en el que se le supone con
Madama Isabel: ¿carecerá esta voz absolutamente de fundamento? Alguno tendrá
[…] Tanteándole éste, deberé decir, que si bien en Mayo de 1622 andaba todavía
Tássis muy prendado de Francelisa, la portuguesa; entre Mayo y Agosto, bien
puede cansarse de pretender en vano a Dª Francisca, y aspirar á más alto empleo
[…] Con la Marquesa del Valle y con la pecadora Dª Justa se desavino pronto,
quejándose de ambas; de Laura no recibió sino desdenes y desengaños; de la
Francelisa lo mismo […][3]
Con respecto a Francelisa, la crítica ha debatido sobre
quién podría ser esta mujer, ya que es muy nombrada en los sonetos amorosos de
Villamediana. Tras el estudio de Luis Rosales, concluye que:
Todo ese grupo de poemas dedicados a Francelisa no son poemas amorosos. No cantan, estrictamente
hablando, amor alguno. Están escritos por Villamediana, o por Góngora y
Villamediana al alimón, para adular al Rey, y tratan de favorecer uno de los
innumerables amoríos de Felipe IV. […] Lo que dicen estos poemas –uno, otro y
otro- es que Francelisa es Doña
Francisca de Tabora, que Doña Francisca era la amada del Rey, y que el Conde de
Villamediana y Don Luis de Góngora y otros poetas intervinieron, a consuno,
para favorecer este galanteo. [4]
1.2. Episodio de las
monedas para salvar a las almas del purgatorio
El episodio de las monedas para salvar a las almas del
purgatorio es un relato muy conocido por toda la crítica. Es conocido gracias a
la Condesa d’Aulnoy que lo recoge en su Relación
que hizo de su viaje por España la señora Condesa d’Aulnoy en 1679. La obra
trata de una serie de leyendas contadas por cada uno de los compañeros de viaje
que tuvo. En el episodio se cuenta cuando la Condesa d’Aulnoy se encuentra con
la Condesa de Lemos y mantienen el siguiente diálogo:
La Condesa de Lemos, anciana muy amiga de conversación,
siguió de tal manera su discurso:
-¿A quién podría
dejar de alegrarle la esperanza de ver en el trono español otra Isabel, cuando
la bondad de su antecesora hizo que sus vasallos fueran envidiados por los de
todas las naciones? Un allegado pariente mío conoció de cerca su grandeza y su
mérito: refiérome al Conde de Villamediana.
-Este hombre, señora –dije interrumpiéndola-, -no me
puede ser desconocido, y oí referir que una vez, estando el Conde en la Iglesia
de Nuestra Señora de Atocha, dio á un fraile que pedía para las almas una
moneda de oro. -¡Ah!, Señor, le dijo el fraile, habéis sacado un alma del
purgatorio. El Conde sacó entonces otra moneda y la puso en el plato. –Ya
librasteis á otra infeliz alma de sus penas, dijo el reverendo; y así
sucesivamente fue depositando el Conde seis monedas de oro en el plato,
mientras á cada una el fraile clamaba:-¡Otra infeliz alma sale del purgatorio!
-¿Me lo aseguráis? Dijo el Conde. -¡Oh señor! Respondióle sin dudar el fraile
–puedo aseguraros que ya están seis almas en el cielo. –Pues devolvedme las
monedas, añadió el de Villamediana, que de nada os han de servir, pues si las
almas entraron ya en el cielo, es muy seguro que no volverán al purgatorio. –El
suceso aconteció como lo acabáis de referir –dijo la Condesa, -pero mi pariente
no recogió su dinero, pues tal acción entre nosotros promovería verdaderos
escrúpulos. […]
Pero lo ya referido del Conde de Villamediana me recuerda
que, hallándose otro día en la iglesia con la Reina Isabel, vió sobre un altar
mucho dinero, ofrecido á las almas del purgatorio; acercóse, y tomólo diciendo:
“Mi amor será eterno, mis penas también serán eternas; las de las almas del
purgatorio tendrán fin, ¡ay! las mías no acabarán; ellas tienen una esperanza
que las consuele, para mí no hay consuelo ni esperanza; por consiguiente, las
limosnas, como esta que se les destinan, mejor ganadas las tengo yo.” Pero como
es de suponer, no se llevó el dinero que le había dado fácil ocasión para
referirse á sus desventurados amores en presencia de la hermosa Reina. [5]
1.3. “Son mis amores reales”
Continuando con las muestras de amor que hizo
Villamediana, en otra ocasión cuenta la Condesa d’Aulnoy que: “[…] nadie ignora
que, para su desdicha, en un torneo atrevióse á presentarse vistiendo un traje
bordado con reales de plata y ostentando esta divisa: Mis amores son reales, aludiendo desenfadadamente á la pasión que
le inspiraba la Reina”.[6]
El problema que encontramos es que otros autores no
opinan que esos “amores reales” sean la reina Isabel, sino la amante del
monarca. Así apunta Gregorio Marañón:
Sabemos con certeza que a quien cortejaba el conde no era
a la reina, sino a una dama suya, la nombrada doña Francisca de Tavara, que, a
su vez, era la amante del rey. […]Sus amores “eran reales”; pero de la mano
izquierda de la realeza. […] “Son mis amores reales”, no se refería a Doña
Isabel, sino a doña Francisca, amor real también. [7]
Otra opinión importante que cabe destacar es la de José
Luis Goyoaga y Escario:
Lo cierto es que los versos dedicados a Francelisa
sirvieron para crear la leyenda de los amores del Conde con la Reina, y aumentó
el comentario cuando Villamediana se presentó en una fiesta de toros y cañas
celebrada en la Plaza Mayor de Madrid, caballero en su caballo, con una banda
de la que pendían reales de plata y esta divisa: “Estos son mis amores”, que la
maledicencia tradujo “Mis amores son reales”.[8]
Luis Rosales opina que si esos amores no hubieran sido
los de la reina no debería de haber temor alguno:
Lo temerario de la frase no era la declaración de su amor
por la Reina, pues también San Francisco de Borja estuvo enamorado de la
emperatriz Isabel y a nadie se le ocurrió pensar que esto pusiera en peligro su
vida. Lo temerario era el gesto del desacato: sacar a relucir ese amor con
pública ostentación en un juego de cañas, ante el asombro del pueblo madrileño.
Más temerario aún sucediendo después de la anécdota del incendio también
certificado históricamente. [9]
Termina concluyendo que la muerte de Villamediana fue por
haber elevado sus ojos a la reina.
Es necesario comentar brevemente que en una ocasión se
dice que en una fiesta de toros en la que participaba Villamediana, la reina
exclamó: “-¡qué bien pica el Conde!”, y el rey, que ya estaba mosqueado,
contestó:”-pica bien, pero pica alto”. Refiriéndose a que “pica muy alto” al
aspirar al amor de la reina.
Cuentan también que mientras la reina estaba asomada a un
balcón vino el rey por detrás y le tapó los ojos y la reina pensando que era
Villamediana dijo:- Estaos quieto, Conde. Y el rey disgustado preguntó: -¿Cómo
es que me habéis llamado Conde? Y la reina respondió: -¿Por qué no? ¿Acaso no
sois el Conde de Barcelona? Es decir que la reina intentó arreglar el entuerto
pero el rey ya estaba sospechándolo todo.
1.4. La deuda, el juego y las joyas
Por diversos testimonios sabemos que Villamediana
contrajo numerosas deudas a causa del juego y de sus lujos. Luis Martínez de
Merlo cuenta que:
[…] Su figura, hermosa y lujosa, debió provocar la
sensación en la corte del pacato y beato Felipe III, exhibiéndose en el cortejo
palatino sobre un caballo blanco –siempre guardó una desmedida afición por
estos animales, como testimonia una décima de Luis de Góngora- cubierto de oro
y de plata, y provocando la fascinación de las damas y la envidia de los
caballeros, a los que por otra parte, no deja de zaherir con sus ataques y su
maledicencia de poeta satírico y burlón. […] Su afición por el arte (el conde
fue un coleccionista de pintura y escultura, además de su desmedida afición a
los diamantes, que hacía engastar en plomo, según refiere Góngora en un soneto,
para realzar así su brillo) y los negocios familiares –en sus manos estaban
todas las postas del reino, y de ellas venían los enormes ingresos que el conde
derrocharía sin tasa-. […] Desde 1615 a 1618, Villamediana alcanza la cota más
baja de su trayectoria vital: deudas sin cuento, enemistades profundas con el
equipo de los validos de Felipe III, desgracias familiares (mueren sus hijos y
su borrosa mujer, y es privado judicialmente de la administración de sus
bienes), y finalmente es desterrado de la corte, que abandona para cumplir un
destierro que durará tres años en Alcalá de Henares. […] Así lo describe
Góngora en una carta de esta época: “Villamediana lució mucho (en una cacería
real) tan a su costa como suele, y fue de manera que aun corriendo se le cayó
una venera de diamante, valor de seiscientos escudos, y por no parecer menudo
ni perder el galope, quiso más perder la joya”.[10]
Como dijimos en el capítulo primero, Villamediana fue un
gran jugador de naipes y fue desterrado por ello, ya que ganó una suma
importante de dinero. Además le gustaban las joyas, a los acontecimientos
importantes iba siempre muy bien vestido y gastaba una fortuna en la compra de
caballos.
Tomé Pinheiro da Veiga en su Fastiginia habla con
especial cuidado de fiestas que se organizaron y a las que acudía Villamediana
ricamente ataviado, hace una descripción del lujo del traje del Conde
Villamediana en la salida que hizo la reina a Nuestra Señora de San Llorente[11];
descripción de la vestimenta del 1 y 2 de junio por la tarde y el paseo de
Sancti Spíritus[12]; la
descripción de la vestimenta en la fiesta de cañas y toros por el nacimiento
del príncipe[13] y, por
último, el 17 de junio los regalos que hizo de gran valor a los reyes[14].
1.5. El incendio de la
representación de La Gloria de Niquea
en Aranjuez
En la primavera de 1622, con motivo del cumpleaños del
rey, la reina le quiso organizar una fiesta y encomendó a Villamediana una
comedia teatral que sería La Gloria de
Niquea. En dicha comedia cada papel era interpretado por las damas de la
corte e incluso por la propia reina que tenía un personaje mudo y hacía el
papel de Venus, la diosa de la belleza.
Luis Rosales explica en su estudio sobre Villamediana
que:
La Reina misma escogió el lugar en donde había de
representarse: fue El jardín de la Isla, un
jardín que ciñe el Tajo con dos corrientes, una suspensa y otra presurosa,
convirtiéndole en una isla amurallada por los árboles […] Para la fábrica de
este teatro, vino a Aranjuez el Capitán Julio César Fontana, ingeniero mayor y
superintendente de las fortificaciones del Reino de Nápoles. Tanto el jardín
como el teatro estaban iluminados con antorchas. [15]
A
continuación de esto, una vez representada la obra de Villamediana “se
escenificó en el Jardín de los Negros El
vellocino de oro de Lope de Vega. Durante esa función se incendió el
teatro. Años después surgió la leyenda de que Villamediana había provocado el
fuego con el único y romántico fin de sacar en brazos a la reina.”[16]
Parece
ser que alguien vio a Villamediana haciendo una seña a un paje para que
prendiera fuego al recinto con una de las antorchas y así aprovechar el
alboroto de la multitud para sacar a la reina en brazos y poder tocarla, ya que
era algo prohibido.
1.6. Asesinato y
proceso por pecado nefando
Existen diversos testimonios que relatan el suceso de la
muerte del Conde de Villamediana y son un poco diferentes entre sí. El día 23
de agosto Góngora escribió a Cristóbal de Heredia lo siguiente:
Mi desgracia ha llegado a lo sumo con la desdichada
muerte de nuestro Conde de
Villamediana, de que doy a Vuestra merced el pésame por lo amigo que era de
Vuestra merced y las veces que preguntaba por el caballo del Palio.
Sucedió el domingo pasado, a prima noche, 21 de éste,
viniendo de Palacio en su coche con el Sr. Don Luis de Haro, hijo mayor del
Marqués de Carpio; y en la calle Mayor salió de los portales que están a la
acerca de San Ginés un hombre que se arrimó al lado izquierdo, que llevaba el
Conde, y con un arma terrible de cuchilla, según la herida, le pasó el costado
izquierdo al molledo del brazo derecho, dejándole tal batería que aun en un
toro diera horror. El Conde al punto, sin abrir el estribo, se echó por cima de
él y puso mano a la espada, mas viendo que no podía gobernarla, dijo: Esto es hecho; confesión, señores. Y
cayó. Llegó a este punto un clérigo que lo absolvió, porque dio señas dos o
tres veces de contrición, apretando la mano al clérigo que le pedía estas
señas; y llevándolo a su casa antes que expirara, hubo lugar de dalle la unción
y absolverlo otra vez, por las señas que dio de abajar la cabeza dos veces. El
matador… acometido de dos lacayos y el caballerizo de Don Luis, que iba en una
haca, [escapó], porque favorecido de tres hombres que salieron de los mismos
portales, [que] asombraron haca y lacayos a cintarazos, se pusieron en cobro
sin haber entendido quien fuesen. Háblase con recato en la causa; y la Justicia
va procediendo con exterioridades, mas tenga Dios en el Cielo al desdichado,
que dudo procedan a más averiguación. Estoy igualmente condolido que
desengañado de lo que es pompa y vanidad en la vida, pues habiendo disipado
tanto este caballero, le enterraron aquella noche en un ataúd de ahorcados que
trajeron de San Ginés, por la priesa que dio el Duque del Infantado, sin dar
lugar a que le hiciesen una caja. Mire Vuestra merced si tengo razón de huir de
mí, cuanto más de este lugar donde a hierro he perdido dos amigos. Vuestra
merced me haga lugar allá, que por ahora basta de Madrid y de carta. [17]
Como vemos, este es uno de los relatos de su muerte[18]. Quevedo
en Grandes anales de quince días escribió:
Habiendo el confesor Don Baltasar de Zúñiga, como
intérprete del ángel de la guarda del Conde de Villamediana, Don Juan de Tasis,
advertídole que mirase por sí, que tenía peligro su vida, le respondió la
obstinación del Conde que sonaban las razones más de estafa que de
advertimiento, con lo cual el religioso se volvió sentido más de su confianza
que de su desenvoltura, pues sólo venía a granjear prevención para su alma y
recato para su vida. El Conde, gozoso de haber logrado una malicia en el
religioso, se divirtió de suerte que, habiéndose paseado todo el día en su
coche y viniendo al anochecer con Don Luis de Haro, hermano del Marqués del
Carpio, a la mano izquierda, en la testera, descubierto al estribo del coche,
antes de llegar a su casa en la calle Mayor, salió un hombre del portal de los
Pellejeros, mandó para el coche, llegóse al Conde y reconocido, le dio tal
herida que le partió el corazón. El Conde animosamente, asistiendo antes a la
venganza que a la piedad, y diciendo: Esto
es hecho, empezando a sacar la espada y quitando el estribo, se arrojó en
la calle, donde expiró luego entre la fiereza de este ademán y las pocas
palabras referidas. […][19]
Para finalizar, es necesario aludir a los diversos
motivos que llevaron a su muerte al Conde de Villamediana. Según Matías de
Novoa, el ayudante de cámara de Felipe IV, el Conde Duque de Olivares aconsejó
la muerte al rey y le contó una serie de sucesos engañosos para dar una imagen
de Villamediana como de alguien malvado.
La decisión de matar en plena calle de Madrid a
Villamediana era muy grave y debió de ser por dos razones: por la acusación de
sodomía y por la acusación del amor por la reina. En definitiva, lo que quiere
decir Novoa es que el Conde Duque de Olivares fue el instigador del asesinato
de Villamediana.[20]
Por su parte, todos los poetas que hablan de la muerte de
Villamediana en sus epitafios están de acuerdo en que su muerte fue ordenada
desde el poder.
El episodio de “Son mis amores reales” es importante para
saber que lo temerario de la frase no era la declaración amorosa sino el hecho
de sacar a la luz su amor hacia la reina en público. Luis Rosales concluye que
Villamediana murió por haber elevado sus ojos a la reina Isabel.
Para concluir, queda algo importante que aclarar y es que
la muerte del Conde de Villamediana no obedece a una sola causa como apunta
Luis Rosales. Tras haber sometido a análisis las opiniones de sus
contemporáneos hace desautorizar la opinión de que su muerte estuviese
directamente relacionada con la sodomía. También, Villamediana había denunciado
en sus sátiras continuamente los males de la monarquía de Felipe III y creyó
que podía ser el primero en llegar a la privanza de Felipe IV pero “corrió tan
mal que le costó la vida haber tenido esa ambición”. Por otra parte, los amores
de Villamediana con Doña Francisca de Tabora son de tercería ya que Villamediana
ayudó al rey en esa relación. La inclinación por la reina y las temerarias
demostraciones que hizo en público fueron la causa determinante de su muerte y
además de esto, también fueron causa de muerte las sátiras que escribió contra
el Conde Duque de Olivares. La ambición política de Villamediana le hizo
intervenir en las disputas por la Privanza y de ahí viene la rivalidad con
Olivares.
Tras esto, más o menos un años después de su muerte, fue
procesado por sodomía por el Consejo de Castilla. En dicho proceso, su
culpabilidad fue probada y establecida. El rey Felipe IV ordenó al instructor
del proceso que se mantuviera esto en secreto para no infamar la memoria del
muerto. En el proceso de sodomía también fueron relacionados Silvestre Nata
Adorno, varios señores y criados que huyeron tras el asesinato, de los que se
ignoran sus nombres.
[3] Juan
Eugenio Hartzenbusch, “Discurso leído ante la Real Academia Española en
contestación al [de recepción de don Francisco Cutanda] en Discursos leídos en Las recepciones públicas que ha celebrado desde
1847 la Real Academia Española, tomo 3, Madrid, Imprenta y estereotipia de
M. Rivadeneyra, 1861, págs. 83-84.
[5] Condesa
d’Aulnoy, Relación que hizo de su viaje
por España la señora Condesa d’Aulnoy en 1679, Madrid, Juan Jiménez, 1891,
(Primera edición castellana), págs. 62-63.
[7] Gregorio
Marañón, Don Juan, ensayos sobre el
origen de su leyenda, Madrid, Espasa-Calpe, 1958, págs. 108-109.
[8] José
Luis Goyoaga y Escario, El Conde de
Villamediana. Conferencia pronunciada en Bilbao el día 21 de marzo de 1944, Imprenta
provincial de Vizcaya Bilbao, Publicaciones de la junta de cultura de Vizcaya,
1944, pág. 15.
[10] Luis
Martínez de Merlo, El grupo poético de
1610: Villamediana y otros autores, S.A. de Promoción y Ediciones, Madrid,
1986, págs. 16-18.
[11] Tomé
Pinherio da Veiga, Fastiginia o Fastos
geniales, traducción del portugués por Narciso Alonso Cortés, Valladolid,
Imprenta del Colegio de Santiago, 1916, pág. 53.
[16] Conde
de Villamediana, La Gloria de Niquea,
Almagro (Ciudad Real), Universidad de Castilla-La Mancha, 1992, pág. XV.
[17] Don
Luis de Góngora y Argote, Obras Completas,
México, Fondo de Cultura Económica, 1958, págs. 1095-1096 citado en Luis
Rosales, Pasión y muerte…, op.cit,
págs. 78-79.
[18] Existen
otros testimonios de su muerte, véase: Luis Rosales, Pasión y muerte…, op.cit, págs. 78-95.
[19]Véase: Don Antonio
Valladares de Sotomayor, Seminario
erudito que comprehende varias obras ineditas, criticas, morales, instructivas,
politicas, historicas, satiricas y, jocosas de nuestros mejores autores
antiguos, y modernos. Tomo primero, Madrid, Don Blas Roman, MDCCLXXXVIII, págs. 170-171.
[20]Matías de Novoa, Memorias de Matías de Novoa ayuda de Cámara
de Felipe IV, Madrid, M. Ginesta, 1875, págs. 182-183 citado en Luis
Rosales, op.cit, págs. 126-127.
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