Urraca de Lourdes Ortiz

            Para comenzar, en el presente trabajo voy a hablar acerca de la primera novela histórica escrita por una mujer, Urraca de Lourdes Ortiz. Mi trabajo consistirá en adentrarme en la escritura de mujer y ver todos esos rasgos que la caracterizan, ver cómo mediante la alegoría del juego del ajedrez la reina Urraca va contando su historia, las múltiples contradicciones a la hora de seguir luchando o de verse vencida y sobre todo, cómo mediante la escritura de mujer nos da el punto de vista de una mujer de la Edad Media y de la lucha por su derecho al trono siendo mujer.


            La novela trata sobre la vida de Urraca I de León y de Castilla, ella rememora su vida de niña a mujer desde su encierro en la torre y lo hace mediante la escritura y las largas conversaciones que tiene con el hermano Roberto. Ella se dispone a redactar una crónica y mientras habla con Roberto hace numerosas alusiones a la escritura. Cuenta cómo su padre el rey Alfonso VI tiene numerosas amantes y entre ellas la árabe Zaida con quien tendrá un hijo; cómo su madre Constanza era echada a un lado sin tenerla en cuenta para nada y tenía que  mover  los hilos desde su alcoba; cómo su propio hijo le quita el trono; cómo mediante sus amantes Pedro González de Lara y Gómez González realiza un juego de seducción y trama venganzas; cómo su hijo y Gelmírez la traicionan y la encierran en la celda; y por último, las numerosas alusiones al color rojo como símbolo de la sangre.
            Lourdes Ortiz es catedrática de Teoría de Historia del Arte en la Real Escuela Superior de Arte Dramático y licenciada en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Ha colaborado en periódicos como El País, El Mundo y Diario 16. Además de esto, estuvo afiliada durante un tiempo al Partido Comunista de España. Por otra parte, también ha ejercido una gran labor de traducción de autores franceses como Sade, Flaubert o Tournier. En sus obras suele abordar los temas desde el punto de vista del feminismo recurriendo en muchas ocasiones a mitos clásicos o a la historia como en el caso de esta novela.


            La reina Urraca desde su encierro en la torre se dispone a escribir una crónica de su vida contando las batallas que tuvo que lidiar para conseguir su derecho al trono. Mediante ese proceso de escritura funde la historia con la ficción ya que a lo largo de la novela detiene esa escritura y le habla al hermano Roberto diciéndole: “No, todavía no voy a hablarte del conde” (Pág. 33)[1]; “yo le pido que se retire para volver a mi escritura” (Pág. 57). En palabras de Michele C. Dávila Gonçálves:
Otro elemento recurrente en la literatura actual es la disquisición metatextual, es decir, el texto que es auto-consciente y se refiere a su propio acto de escritura. Es evidente que Urraca es un texto que versa sobre el proceso de la escritura y se trata de un personaje histórico. Urraca comparte muchos rasgos con la metaficción historiográfica, pues pretende fundir historia con ficción y arguye sobre esto. Es interesante el hecho de que aunque en la novela hay un intento de recuperar una historia pasada, lingüísticamente es anacrónica. Mantiene el lenguaje moderno y no pretende ser una copia fiel de un pasado medieval histórico. En este sentido el texto mismo resulta una paradoja, pero esto no mengua su valor sino que lo ubica en la corriente literaria que está presente en nuestros días: la posmodernidad. [2]


Como vemos, Urraca a lo largo de la composición de su crónica va comentando y analizando lo que va a escribir. “El hermano Roberto se demora cuando me sube la comida y yo, como si la escritura no fuera suficiente, le pido que se quede y le hablo de Gelmírez.”[3] Va hablando constantemente sobre cómo hay que hacer una crónica y de qué se debe hablar y de qué no: “No voy a hablarte de ellos todavía; no voy a narrar la risa a destiempo de don Pedro, su carcajada de gozador, sus mejillas rojas, ni te voy a hablar de la ternura de Gómez González, de su fidelidad, de su delicadeza. Ésos, monje, no son temas para una crónica.”[4] Cuenta cómo recurre a Roberto para su escritura: “El hermano Roberto se sienta a mi lado y escucha. Yo, cansada de la escritura, fatigada por el monólogo que nunca tendrá respuesta, recurro a él, para que me ayude a ordenar los pensamientos.”[5] Más adelante, reflexiona sobre las propias crónicas y dice: “Me doy cuenta de que las crónicas, Roberto, son siempre incompletas, mentirosas… ¿Qué puedo yo contarte?”[6] Alude también a que las historias de cama no pueden contarse en una crónica pero al final siempre acaba contando algo de esto deteniéndose a cada momento: “Seguramente si Alfonso y yo, aquella primera noche, no nos hubiésemos encontrado, las cosas del Imperio habrían seguido su curso y ahora yo no estaría aquí, en este monasterio, intentando contar una historia que tal vez, como el sexo, no puede contarse.”[7]
            Como bien dice Michele C. Dávila Gonçálves:
Ficción e historia se cruzan constantemente mientras Urraca escribe. Ella no sólo brinda datos y nombres históricos, sino que escribe de sus sentimientos, amores y relaciones íntimas. Sabe que no debe hacerlo, pero no puede dejar de hacerlo. Su propósito meramente histórico se va perdiendo a medida que escribe y habla con el monje Roberto, su interlocutor. La importancia de la ‘historia’ disminuye y su propósito cambia. […] Esta necesidad de escribir su propia historia, o podemos decir su propia novela, es una forma de mantener su poder. Cuando Urraca se pone a escribir ya no es reina y no tiene el poder del mando, pero sí tiene el poder de la escritura. [8]
Además de esto, Urraca alude a su condición de mujer. Se da cuenta de que por ser mujer en la Edad Media y ser reina la historia iba a cambiar las cosas a su antojo y a desvalorizarla y por eso quiere dejar constancia a través de la crónica de su vida y de sus hazañas:
Una reina necesita un cronista, un escriba capaz de transmitir sus hazañas, sus amores y sus desventuras, y yo, aquí, encerrada en este monasterio, en este año de 1123, voy a convertirme en ese cronista para exponer las razones de cada uno de mis pasos, para dejar constancia –si es que fuera la muerte la que me espera- de que mi voluntad se vio frustrada por la traición y tozudez de un obispo ambicioso y unos nobles incapaces de comprender la magnitud de mi empresa.
Ellos escribirán la historia a su modo; hablarán de mi locura y mentirán para justificar mi despojamiento y mi encierro.
Pero Urraca tiene ahora la palabra y va a narrar para que los juglares recojan la verdad y la transmitan de aldea en aldea y de reino en reino. [9]


Mediante la escritura Urraca quiere enfrentarse a lo establecido ya que en su época era impensable que una mujer escribiera una crónica:
Para Urraca tanto el reinar como el escribir su historia es una subversión de las reglas de su tiempo. Ella escribe desde el punto de vista femenino, y a la vez del monarca. Ella es el rey y la reina fundidos en uno. Su intento de escribir historia cuando la historia era (y todavía es) escrita por el varón, es un reto a la historiografía de su época. Ella dice: “… y sé que necesito recuperar la gallardía, el orgullo, para que mi crónica sea tal y no lagrimeo de mujercita angustiada” (95)       El que ella asuma la escritura es un desafío a la tradición, a la ‘Historia’. Urraca entra ideológicamente en una batalla contras las formas establecidas. [10]
Otro de los puntos principales de la novela es la alegoría del juego del ajedrez. Urraca mediante la escritura va a ir contando cómo ha ido planeando las cosas a través de un juego de ajedrez teniendo todo muy bien calculado para saber cuándo hay que mover ficha. Nos cuenta que fue su padre el que le enseñó por primera vez un tablero de ajedrez y en qué consistía el juego, desde entonces ésta será su estrategia para ganar su batalla. Durante toda la obra va haciendo alusiones a ese juego de ajedrez:
…Yo he fallado; bajé la guardia; perdí la guardia; perdí un peón o una torre, cuando la partida aún estaba sin decidir y, en este jaque mate final, constato que no supe aprovechar del todo las enseñanzas de mi padre. […] Éste es un juego preciso en el que nadie puede distraerse, porque si pierdes el caballo estás debilitando al rey. Yo, Urraca, la hija de Alfonso, en un momento que se me escapa, perdí la partida. [11]
[…]
Tenía ante mí la verdadera cara de la derrota, una derrota en un juego en el que ya ni siquiera mi padre controlaba las piezas. [12]
Más adelante, le propone al hermano Roberto que jueguen al ajedrez y que talle las piezas y después le cuenta las enseñanzas de su padre sobre el ajedrez y el reino:
“El reino es como un tablero”, repetía mi padre y pasaba tardes enteras desplazando las piezas, avanzando, acorralando al enemigo. […] Él, que no se resignaba a perder, que no admitía un solo fracaso, tuvo que retirar sus tropas; no consiguió el ajedrez y tuvo que aceptar que Aben Ammar saboreara el doble triunfo. [13]
Michele C. Dávila Gonçálves añade que la alegoría del ajedrez era muy utilizada en la Edad Media y era el juego de la realeza ya que representaba el poder. Ganar en el juego del ajedrez era un desafío al igual que ganar en el campo de batalla. Sigue diciendo que:
En sus orígenes no existía una pieza femenina. Era un juego mayormente de varones para varones. Cuando por fin apareció la pieza de la reina, su movimiento era muy limitado, no tenía el poder que la pieza tenía hoy en día. En la actualidad la reina es la más poderosa pieza en el tablero. [14]
A través de sus amantes Gómez González y Pedro de Lara y también, de sus consejeros Poncia y Cidellus aprendió a luchar, a saber cuándo tenía que mover ficha o cuándo tenía que quedarse quieta. A través de ese juego de ajedrez ella va a ir desplegando sus armas como el papel de la escritura que tendrá mucha importancia desde que era niña, sus armas de seducción y su característica de soldado al igual que un hombre.
            Como era mujer, su padre al morir le dijo que se casara con Alfonso de Aragón para poder reinar ya que se pensaba que una mujer sola no tenía la capacidad de reinar un imperio y además, ese matrimonio era ventajoso ya que se unirían dos coronas y obtendrían más poder. Así lo hizo Urraca pero después de eso, ella va a ir contando como va a ir obteniendo poder mediante las armas de seducción. Con él se sentía una reina desatendida ya que él nunca había estado con ninguna mujer y se pensaba que le gustaban más los jovencitos, de modo que fue a buscar en otra parte lo que su esposo no le daba. Lo encontró en Pedro González de Lara y Gómez González. Se verán las minuciosas descripciones de ese juego de seducción que le ayudará a afianzar su poder     gracias a la ayuda de estos dos personajes: “Yo era la selva en la que ambos se habían aposentado; yo, gacela, liebre, león, tigre y serpiente para ellos. Y ahora estoy aquí, sola, reinventando mi historia; esta historia, monje, que tal vez sin ellos ya no tenga sentido.”[15]En otra ocasión cuenta que: “seguramente si Alfonso y yo, aquella primera noche, no nos hubiéramos encontrado, las cosas del Imperio habrían seguido su curso y ahora yo no estaría aquí, en este monasterio, intentando contar una historia que tal vez, como el sexo, no puede contarse.”[16] Hace referencia a que el sexo tuvo un lugar importante en cosas de estado, desde la cama podía manejar las cosas.
Otra de las características importantes es el andrógino, ella se siente así, mujer y hombre a la vez, reina y rey ya que tiene cualidades de mujer y de hombre a la vez:
Su vida fue un desafío ante aquellos que querían quitarle el poder y ella sabía cómo jugar la partida. Varias fueron las tácticas usadas por ella. Urraca tenía plena conciencia de su necesidad de ser un ente andrógino para sobrevivir. Es la subversión del juego mismo donde la reina tiene poderes de rey o quizá el recuerdo de que un peón puede llegar a ser reina. Urraca tiene cualidades femeninas que usa para su propósito, especialmente la seducción, y tiene cualidades masculinas, como su rol de soldado, que le permite ir a batalla con los otros hombres. Ella dice: “y nade el andrógino purificado que supone la unión de los contrarios. Yo Urraca, emperatriz mujer y hombre…yo seré ese Andrógino, ya que no de cuerpo, sí en espíritu y voluntad.” (163)[17]
Por consiguiente, otro aspecto que cabe destacar es el tema del color rojo que es mencionado constantemente a lo largo de toda la novela. Urraca está asociada al color rojo desde niña ya que montaba en un potro que tenía el pelo de color rojo como el fuego. Parece que el color rojo es un símbolo que desde la niñez la sitúa en un ámbito de lucha que es el que llevará a cabo durante toda su vida, pero también hace referencia al deseo: “No, todavía no voy a hablarte del conde. Estoy algo cansada y esta ternura que me producen tus cabellos despeinados, casi rojos, como el pelo del potro que yo montaba de niña, se parece demasiado al deseo.”[18]Más adelante, el color rojo volverá a ser recurrente ligado al juego de ajedrez cuando dice: “[…] mi padre se prendó cierto día de un ajedrez extraordinario, cuyas piezas estaban talladas en sándalo, áloe y ébano. Hubiera dado su reino porque aquel ajedrez fuera suyo. No dio el reino, pero perdió su batalla, sin plantear combate. El monje se entristece y mira sus toscas piezas, pidiéndome disculpas. –Cuando las dé color…-dice, y sonríe al pensar en el dorado y en el azul, en el manto rojo que cubrirá a la reina.”[19] Más adelante se vuelve a mencionar el tema del ajedrez ligado al color rojo que siempre debe llevar la reina: “Y esa reina a la que representarás en tu ajedrez toda cubierta de rojo nunca habría perdido las formas…”[20] De nuevo, el color rojo vuelve a aparecer refiriéndose a la sangre, a la sangre de la guerra que se está acercando: “-Era un crepúsculo rojo como la sangre”.[21]Después también se hace alusión al mismo rojo de la sangre de la guerra pero mencionando el tema del fuego purificador que todo lo cura: “Y yo presiento en el rojo de su cristalino ardores de Guerra Santa. Hay que quemarles; el mal hay que purificarlo con el fuego. Quemarles a todos con el fuego purificador.”[22] Luego vuelve con el color rojo esta vez representando el tema del sexo: “Roberto cree que debo dejarme sangrar, que mi mal sanaría cuando la sangre mala se lleve los espíritus que me acogotan y deprimen; unas sanguijuelas que arrastren el mal yin, como la paloma, colocada entre las piernas de las viudas, allá al otro lado de las fronteras, muere llevándose la culpa y la mancha, para que ella vuelva a ser esposa.”[23]También haciendo referencia al ardor de la batalla: “…y por los rojos que encendían sus mejillas cada vez que peleaba con los moros”.[24]La última referencia al color rojo la podemos ver cuando habla de la crónica que está escribiendo y como hay que retratar a Urraca: “pintar a Urraca, dar color a sus cabellos, dar plata reluciente a las lanzas y a las picas, dar rojo al fuego y mucho, mucho dorado: oro en los nimbos, oro en el manto y en corona y en el cetro.”[25]
En definitiva, se puede sacar en claro que el color rojo es un símbolo que se asocia a Urraca desde la niñez en ese potro con cabellos rojos como el fuego; el rojo ligado al juego de ajedrez ya que la pieza de la reina debe ir pintada de rojo como símbolo de poder; el color rojo también como referencia de la sangre que se va a derramar con la guerra; el rojo como color del fuego purificador; el rojo como símbolo sexual; el rojo de las mejillas en el ardor de la batalla y por último, el rojo que es símbolo del poder de reina.
Hay que matizar que al concluir la novela parece que Urraca se suicida tomándose unas hierbas que le dio Poncia. Michele C. Dávila Gonçálves opina que:
Urraca da a entender que ella se suicidará, lo cual parece contradictorio con sus planes justamente anteriores. El último capítulo mantiene los vaivenes emocionales del personaje. Urraca sigue contradiciéndose. Cuando le notifican que su hijo el rey la ha mandado a buscar, piensa en irse del convento y menciona: “Y mi crónica va a quedar incompleta…” (179). Está contenta porque “se me devuelve la posibilidad de movimiento” (180). Aparentemente la reina va a poder hacer más jugadas, no está fuera del juego aún. Cuando ya está presta a asumir su rol de reina, reniega de él y dice: “yo ya no voy a luchar” (186). Pero más tarde: “Pero yo voy a ganar una vez más” (188), y piensa que Roberto es el que debe seguir la crónica. […] Esta ambivalencia de Urraca se debe a que está dividida, es un ser sin unidad. Es mujer y es reina, y ambos roles no pueden ser complementarios. Su necesidad de juego se impone pero se desvanece casi simultáneamente. Su desequilibrio se muestra en su escritura. La alegoresis en un estado desestabilizador se acentúa al final de la narración cuando la “reina” pugna con la “mujer y madre”. Su ser está fragmentado, al igual que su escritura.[26]

Conviene recordar que los personajes históricos que han sido mujeres siempre han sido retratados por los hombres y estos han dado siempre a la mujer una imagen de mujer malvada, promiscua, calculadora… Esa es la imagen que se ha venido dando en todas las crónicas escritas sobre Urraca. María Gómez Martín en su artículo comenta que:
Los personajes históricos que retratan se benefician de la concesión de una segunda oportunidad, puesto que gracias a las páginas literarias reviven en todo su esplendor y magnificencia ajenas a la marginalización a la que las habían condenado tanto la Historia como los hacedores de historia.
No hace falta observar con detenimiento las estadísticas para comprobar que las autoras españolas dedicadas a las ficciones históricas presentaban unas cifras considerablemente inferiores a las brindadas por sus colegas masculinos. […] El incremento en los números no había sido producto del éxito de un día sino más bien fue un proceso de larga duración cuyo pistoletazo de salida se dio en 1981 con la publicación de Urraca y no cesó de crecer en los años siguientes, comenzando los cambios más reseñados a observarse en la década posterior. [27]
            Como sabemos, Urraca de Lourdes Ortiz es la primera novela histórica escrita por una mujer, pero a partir de ese momento muchas escritoras más se sumarán al carro tratando de reivindicar la verdadera historia de esas mujeres que han sido injustamente contadas a lo largo de la historia. En palabras de María Gómez Martín:
Si pensamos detenidamente en las opiniones vertidas por las fuentes primarias no podemos dejar de sospechar las serias dificultades a las que tuvieron que enfrentarse autoras como Lourdes Ortiz o Ángeles de Irisarri a la hora de acudir a la historiografía para documentar sus novelas Urraca (1981) y La Reina Urraca (2000). La particular visión que ambas legaron de la reina no hizo otra cosa más que contribuir, justo a la labor de los historiadores e historiadoras recientes, a la reelaboración de una imagen muy nítida en la mentalidad colectiva pero que como se ha demostrado en la actualidad, estaba sustentada mediante juicios manifiestamente falsarios.[28]

           En síntesis, tras analizar todas las características de esta novela podemos ver que desde su encierro en la torre, Urraca se dedica a escribir una crónica para contar su vida y para que permanezca y la vayan cantando los juglares de aldea en aldea ya que si la escribiese otra persona era posible que se tergiversaran las cosas. Mediante esa escritura y las largas conversaciones con el hermano Roberto cuenta cómo ha luchado tras la muerte de su padre por su derecho al trono, cómo la han despreciado por ser mujer y han intentado que no reinara encerrándola en esa torre, cómo ella mediante el juego de la seducción ha logrado tener como aliados a Pedro González de Lara y a Gómez González, además el símbolo del color rojo le ha servido para demostrar la sangre corrida por las guerras, los encuentros sexuales y la vestimenta de la propia reina. Todo ello le ha servido para su juego de ajedrez y saber en qué momentos debía mover las piezas. El juego de ajedrez y la escritura se entremezclan y producen esta obra en la que una mujer sola y encerrada trata de reivindicar su historia y justicia.
            Por último, en palabras de María Gómez Martín señala la importancia de este tipo de novelas escritas por la mano de una mujer:
La disposición de un amplio conjunto de herramientas creativas al servicio del autor contribuyen a focalizar sus objetivos hacia una única misión: devolver la voz y el recuerdo de aquellos personajes que sufrieron, durante siglos, el desdén de los historiadores. Creo que esa labor indagadora del pasado y ese esfuerzo constante para rescatar personalidades del olvido y protagonizar acontecimientos ya pasados bajo perspectivas alternativas son razones, más que justificadas, para ofrecer la otra cara de las versiones ya conocidas de la historia de la Historia. En este contexto, las autoras de ficciones históricas acuden al pasado para reconstruir los arquetipos de su género y redimir la memoria histórica del sexo femenino. Sin ninguna duda autoras y lectoras observaron en su quehacer la necesidad de reinterpretar comportamientos y reconstruir semblanzas de mujeres pretéritas, reales o ficticias, que asistiesen a la recuperación de una identidad colectiva femenina, tal y como en periodos anteriores se había realizado en nombre de otras identidades. En definitiva, el proceso de concienciación derivado de esta actividad no solo afecta a las mujeres noveladas sino que también atañe a todas las mujeres, anónimas y conocidas, que la Historia postergó y que estas novelistas se están encargando de reivindicar.[29]



BIBLIOGRAFÍA
·         DÁVILA GONÇÁLVES, Michele C., “El poder de la escritura: una alegoría del juego de ajedrez en Urraca de Lourdes Ortiz”, Mester, Vol. Xxiv, No. 2, 1995.

·         GÓMEZ MARTÍN, María, “Percepciones de género. La reconstrucción de personajes femeninos en la novela histórica española (1981-2010)”, Comunicación presentada al “IV Encuentro de jóvenes investigadores de historiografía”, "En torno a la novela histórica", Universidad de Oviedo, 2011, pág. 14. URL: http://digibuo.uniovi.es/dspace/bitstream/10651/3591/6/1003591.pdf. Consulta realizada el 12-04-14.


·         ORTIZ, Lourdes, Urraca, Barcelona, Salvat Editores, 1994.




[1] Lourdes Ortiz, Urraca, Barcelona, Salvat Editores, 1994, pág. 33, pág. 57. Sigo siempre la misma edición, en los siguientes fragmentos consigno el número de la página.
[2] Michele C. Dávila Gonçálves, “El poder de la escritura: una alegoría del juego del ajedrez en Urraca de Lourdes Ortiz”, Mester, Vol. Xxiv, No. 2, 1995, pág. 16.
[3] Pág. 21.
[4] Pág. 42.
[5] Pág. 53.
[6] Pág. 61.
[7] Pág. 65.
[8] Michele C. Dávila Gonçálves, “El poder de la escritura…”, op.cit., págs. 18-19.
[9] Pág. 10.
[10] Michele C. Dávila Gonçálves, “El poder de la escritura…”, op.cit., pág. 19.
[11] Págs. 15-16.
[12] Pág. 40.
[13] Págs. 92-93.
[14] Michele C. Dávila Gonçálves, “El poder de la escritura…”, op.cit., págs. 21-22.
[15] Pág. 44.
[16] Pág. 65.
[17] Michele C. Dávila Gonçálves, “El poder de la escritura…”, op.cit., pág. 25.
[18] Pág. 33.
[19] Pág. 92.
[20] Pág. 97.
[21] Pág. 138.
[22] Pág. 148.
[23] Pág. 157.
[24] Pág. 158.
[25] Págs. 177-178.
[26] Págs. 28-29.
[27] María Gómez Martín, “Percepciones de género. La reconstrucción de personajes femeninos en la novela histórica española (1981-2010)”, Comunicación presentada al “IV Encuentro de jóvenes investigadores de historiografía”, "En torno a la novela histórica", Universidad de Oviedo, 2011, pág. 14. URL: http://digibuo.uniovi.es/dspace/bitstream/10651/3591/6/1003591.pdf. Consulta realizada el 12-04-14.
[28] Ibidem, pág. 21.
[29] Ibidem, pág. 22.

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