LA MUJER QUE SE DISFRAZA DE HOMBRE EN EL TEATRO EN DON GIL DE LAS CALZAS VERDES DE TIRSO DE MOLINA

           Buenas tardes a todas y a todos. Os dejo un trabajo de investigación que realicé el año pasado acerca de la mujer que se disfraza de hombre en el teatro y concretamente analizado en la obra de Don Gil de las calzas verdes de Tirso de Molina.

La finalidad del presente trabajo es analizar la figura de la mujer en el teatro español del siglo XVII. Para ello, una buena manera de lograr esta labor es analizar esta figura dentro de la obra de Tirso de Molina, Don Gil de las calzas verdes.
Dicha obra es idónea para analizar esta figura ya que, en ella, hay muchos cambios de vestuario, de personajes, enredos, etc. de tal manera que se puede entrever cómo era el comportamiento de la mujer en el teatro y cómo lo veía el público desde su perspectiva.
Antes de adentrarme a analizar la obra, he de decir que el enredo ya está en el argumento de la obra en sí. Doña Juana es abandonada por el que iba a ser su marido, Don Martín de Guzmán, mientras que éste, obedeciendo a su padre, se marcha a Madrid para casarse con otra joven llamada Doña Inés. Por su parte, Doña Juana decide vengarse y se disfraza de hombre haciéndose llamar Don Gil para tratar de conquistar a Doña Inés y así recuperar a Don Martín de Guzmán.  
En palabras de Nadine Ly logra esclarecer el enredo del argumento de la obra:
 Doña Juana , bajo la apariencia de Don Gil, logra enamorar a Doña Inés; bajo la  [apariencia] de Doña Elvira, consigue amistarse con ella, mientras la impulsa a odiar a Don Martín de Guzmán, por otro nombre Don Gil de Albornoz o Don Miguel de Ribera. Cuenta la comedia cómo otros personajes intentan convertirse en Don Gil, no siempre con éxito; cómo, tras varias peripecias
y el relato de la muerte de Doña Juana, Don Martín acaba por ser castigado; cómo, por fin, los padres, Don Diego y Don Pedro celebran dos casamientos : el de Doña Inés, con Don Gil, por otro nombre Don Juan, y el de los dos "Don Gil de las calzas verdes". Doña Juana y Don
Martín, definitivamente reunidos bajo la traza del personaje que ambos interpretarán a lo largo de la comedia. Para que las estructuras ternarias subyacentes a la obra sigan dando forma incluso al desenlace. Doña Clara —que también se había disfrazado de Don Gil— se casa con Don
Antonio, que sale providencialmente solo cuatro escenas antes del final de la tercera Jornada.[1]

El disfraz de Doña Juana en Don Gil constituye una ficción, ya que engañará a
los demás personajes haciéndoles creer que es una persona que realmente no es.
Ignacio Arellano explica muy bien este proceso:

En el proceso de este enredo doña Juana en su papel de don Gil enamora a doña Inés (que así rechazará a don Martín dejándolo libre para la propia doña Juana) y también enamora a doña Clara. Para complicar las cosas doña Juana representa un nuevo papel, el de doña Elvira, vecina de doña Inés. Los niveles de la invención y los desvíos en el laberinto total se multiplican. Obligada por sus propias invenciones a llevar adelante numerosos hilos de engaño, doña Juana alcanzará en algunas escenas una maestría en su metamorfismo proteico difícilmente inigualable: en el bloque de los vv. 2198-2738, doña Juana encarna con alternancias inmediatas a sí misma (cuando habla con Quintana), a doña Elvira (cuando habla con Inés), a don Gil de las calzas verdes (cuando habla con Clara); en determinado momento se supone que “doña Elvira” representa a “don Gil” y para Caramanchel resulta a la inversa, que “don Gil” aparece representado, disfrazado de mujer, a “doña Elvira”: la superposición de máscaras y el recital de habilidades teatrales de doña Juana no pueden ir más allá.[2]

Esta telaraña de engaños se puede apreciar en los comentarios de los personajes,
como, por ejemplo, cuando en el verso 1122 Quintana le dice a Doña Juana: “Retrato
eres del engaño”, otro ejemplo sería cuando la misma Doña Juana dice: “puedo el arte /
disfrazarme” en los versos 2575-76. Ella misma es la que engaña a los demás e incluso
a su propio sexo ya que oculta su verdadero sexo tras ese disfraz. Nada es lo que parece
ya que todos los personajes han sido engañados por la trama de Doña Juana y han
creído en cada uno de los personajes que representaba.

Desde su perspectiva, Alonso Zamora Vicente añade:

Nos hemos introducido sorpresivamente en el reino del embuste. Tan profunda es esta cualidad, que la misma doña Juana, la máxima y primordial inventora del gran fraude, llega a estar perdida en la monumental tela de araña donde todos, excepto el espectador, están apresados. [3]

Enrique García Santo-Tomás opina que el enredo del disfraz envuelve un problema de identidad personal y añade:
Parte de la picardía –que define los conflictos en juegos- proviene, a fin de cuentas, de la visión en el escenario de una mujer enamorando a otra, de una mujer prendada de otra. […] No estamos, como se ha pensado en ocasiones, ante una conducta homosexual por parte de doña Juana –travestismo y homosexualidad no son lo mismo- ya que, de darse esta opción, recaería sobre el personaje de Inés o el de Clara. El enamoramiento de estos dos jóvenes no se produce debido a la anatomía de este don Gil, sino debido a su ropa. Es por ello por lo que Don Gil de las calzas verdes, como muchas otras piezas del período que explotan los equívocos derivados de las apariencias, es quizá el caso más sofisticado –en cuanto a las duplicaciones existentes- de esta conversión del género masculino o femenino en su opuesto mediante la manipulación de signos externos. [4]
El tema del disfraz es el predominante en la obra ya que el disfraz es lo que da fuerza a la trama. Vemos que el motivo de que Doña Juana se disfrace de hombre es volver con su amado Don Martín y restituir su honra perdida al haber sido abandonada por él.
Eduardo Ari Guzmán Zárate evalúa el tema del disfraz desde el punto de vista técnico de teatro:
[El disfraz es] una técnica empleada frecuentemente, sobre todo en la comedia, para producir todo tipo de situaciones dramáticamente interesantes: equívocos, golpes de efectos, teatro en el teatro, voyerismo. El disfraz sobreteatraliza la representación dramática, que descansa en la noción de rol y de personaje que enmascara al actor, mostrando de ese modo no sólo la escena, sino también la mirada que se posa sobre la escena. El disfraz se presenta como verosímil o como convención y técnica dramática necesaria del dramaturgo para vehicular la información de un carácter a otro, para facilitar la progresión de la intriga y desatar los hilos al término de la obra.[5]
Como podemos apreciar, el disfraz, en el caso de Don Gil de las calzas verdes, sirve para dar vida a varios personajes como son el personaje masculino de Don Gil o, también, el personaje femenino de Doña Elvira. En el disfraz de Doña Elvira hay que apreciar que es Doña Juana quien se transforma en ese personaje inventado, pero aunque se vea a la mismísima Doña Juana, Doña Inés es engañada ya que no conoce a Doña Juana. Por lo tanto tenemos a una mujer que se disfraza de mujer. El mismo disfraz es el que posibilita que la acción vaya progresando y que los personajes vayan siendo engañados y crean en la autenticad de  que Don Gil es un hombre de verdad. Con ello, Doña Juana consigue que sus planes salgan como ella quería gracias a la utilización de los disfraces en cada una de las escenas de la representación.
A este sentido, Eduardo Ari Guzmán Zárate añade:
El disfraz varonil era un atractivo más para el espectáculo, pues permitía que el público pudiera verle las piernas a la actriz. Al respecto, Juana de José Paredes, en su estudio preliminar del Arte nuevo, dice: “las damas disfrazadas de varón hacían las delicias del público y de los propios dramaturgos; pero tenían en contra la opinión de los moralistas y las disposiciones legales que prohibían el disfraz. [6]
De la misma forma, vemos que el disfraz estaba prohibido en la época porque era considerado pecado ya que incitaba al hombre a ir al teatro sólo para ver mujeres. Esto es lo que sucedía en la mayoría de las obras que se representaban en el Siglo de Oro. En el caso de Don Gil de las calzas verdes, sería también una obra en la que los hombres acudirían al teatro para ver los disfraces de la mujer por lo que constituye un factor erótico, pero bien sabemos que esto no es lo único que ocupa en esta obra, sino que, además de esto, el objetivo de la obra es provocar enredo y hacer reír al público.
Es necesario incidir en que el público sabe cuándo el personaje está disfrazado y cuando no, pero es el público el que se deja llevar por esa farsa aun ya sabiendo que no es real. Es decir, el público es el que acepta el rol de creer que Don Gil y Doña Inés están hablando, cuando en realidad están hablando Doña Juana y Doña Inés. El público es omnisciente a lo largo de toda la obra y esto es lo que le hace estar por encima de los personajes.
 Como dice Guzmán Zárate:
Ver a un personaje disfrazado es ver una irrealidad en la realidad de la obra. En la obra lo que se ve siempre es una realidad disfrazada que el público, convencionalmente, toma como verdadera. He aquí donde el disfraz, al provocar equívocos y causar el efecto cómico en los espectadores, crea una ilusión de realidad que sólo ve el público. [7]
Un ejemplo de ello es que en la obra cuando presentan Don Gil a Doña Inés aparecerán unos apartes en los que Doña Inés aclara al público que se ha enamorado de Don Gil:
            DOÑA INÉS
                Éste es sin duda el que viene
                A ser mi dueño; y es tal,
                Que no me parece mal.
                ¡Extremada cara tiene![8]
Desde su perspectiva, el público ve dicho cortejo entre Don Gil y Doña Inés, pero esto no es real, el público juega el papel de creer que esto está sucediendo realmente, cuando lo que está pasando es que es Doña Juana (disfrazada de Don Gil) quien está cortejando a Doña Inés, por lo tanto, se trataría de un cortejo entre dos mujeres. De esta forma, existe un engaño que sólo el público conoce ya que Doña Inés si cree que Don Gil es un hombre y esto es lo que produce la comicidad en el espectador.
Asimismo, si pensamos en el tema de la lectura de la obra, hay una serie de guiones que indican si en esa escena va Doña Juana vestida de hombre o de mujer, como, por ejemplo, en el acto primero: “Sale Doña Juana de hombre con calza y vestido todo verde y Quintana, criado”, o también en el acto tercero: “A la ventana, Doña Inés y Doña Juana, de mujer”. Por lo tanto eso hace que el lector no pueda despistarse. Esto no ocurriría en una representación teatral ya que al ver a los personajes no haría falta que se nos especifique si están disfrazados o no.
Por su parte, Nadine Ly en su artículo en la Revista Criticón, realiza una distinción acerca de la mentira y el disfraz. Considera a la mentira como el disfraz verbal de la verdad y al disfraz como la mentira acerca de la apariencia física y continúa:
Mentira y disfraz tienen, desde un principio, doble finalidad. Mala en lo que se refiere a Don Martín que no cumple su promesa y viola el orden monógamo, para satisfacer la codicia senil de su padre; buena para Doña Juana que restaura el respeto a la palabra dada, por el sacramento matrimonial. […] Fábulas y disfraces permiten una liberación simbólica total de todas las potencialidades latentes que, durante esa “comedia-ballet”, se desarrollan haciéndose fingidamente efectivas. [9]
En el teatro del Siglo de Oro español el hecho de que la mujer se disfrace de hombre es ya un tópico aunque no es un invento español sino que tiene sus orígenes en Italia. Como bien dice Luis M. González González, en este tipo de comedias las mujeres que se disfrazan de hombre suele ser con el propósito de perseguir a un amante que la ha engañado y se ha fugado.
Esto es lo que ocurre en Don Gil de las calzas verdes. Doña Juana ha sido engañada por Don Martín ya que él se ha fugado para casarse con Doña Inés. Doña Juana va en busca de su amado para lograr casarse con él y restituir su honra.
Por otro lado, volviendo al tema de la apariencia física, no sólo podemos observar la vestimenta, sino que las facciones de la cara son también importantes para que los propios personajes se den cuenta de que algo raro está sucediendo. Un ejemplo de ello es la reflexión de Luis M. González González que explica como el criado de Doña Juana, Caramanchel, nota algo extraño en su amo Don Gil ya que ve que no tiene barba:
Hay que tener en cuenta que en esta época el hecho de no tener barba era considerado poco varonil. Caramanchel hace numerosas alusiones a la falta de virilidad de su amo. En la escena VII del primer acto comenta:
Aquí dijo mi amo hermafrodita
Que me esperaba; y vive Dios que pienso
Que es algún familiar, que en traje de hombre
Ha venido a sacarme de juicio,
Y en siéndolo doy cuanta al Santo Oficio.
Unos versos más adelante comenta con mucha ironía, cuando le confiesa que viene a ver a una dama:
No os haréis, a lo menos, mucho daño;
Que en el juego del amor, aunque os deis priesa,
Si de la barba llego a colegillo
Nunca haréis chilindrón, más capadillo.[10]
Una vez dicho todo eso, desde la perspectiva actual considero que para interpretar un papel como el de Doña Juana hay que buscar a una actriz excelente ya que este papel es difícil de interpretar. La actriz aparte de tener algunos conocimiento de la época y de saber leer los versos, también ha de saber interpretar cada uno de los personajes tanto de hombre como de mujer, ha de saber cambiar el tono cada vez que interprete a cada personaje y saber desenvolverse por el escenario con cada una de las vestimentas necesarias para cada ocasión. Aunque el espectador sepa la verdad, todo debe estar bien dispuesto para que los demás personajes crean que, en este caso, Don Gil es un hombre y no tengan en ningún momento sospecha de que tras ese disfraz hay una mujer detrás.
Al hilo de esto, Sofía Eiroa hace una reflexión del personaje de Doña Juana y coincide en que dicho personaje  constituye un reto de posibilidades de interpretación:
Los continuos cambios de personalidad que realizan: […] Juana-Gil-Elvira, obligan a desarrollar una gran fuerza interpretativa, a cambiar completamente el registro. Además, sus papeles dominan el tablado ganándose toda la simpatía del público en numerosas escenas concebidas expresamente para el lucimiento de esas mujeres tirsianas.
No es una tarea fácil, ni desde luego fortuita. Tirso despliega lo mejor de su repertorio técnico y lo pone al servicio de unas protagonistas para que sean precisamente ellas quienes canalicen y hagan extensivas la fuerza creadora al resto de los personajes. En este sentido, las capacidades psicológicas del Mercedario en materia femenina, ceden terreno ante una cuidada variedad de técnicas dramáticas que no hacen sino corroborar su libertad creadora y su condición de defensor a ultranza de la Comedia Nueva.[11]
A lo largo del trabajo se ha ido analizando la figura de la mujer que se disfraza de hombre en el teatro español del Siglo de Oro. Tras repasar el argumento de la obra, vemos que el disfraz de Doña Juana constituye una ficción y conlleva a una serie de invención de personajes y desvíos que conducen a un laberinto en el que se puede vislumbrar que todo es producido por el engaño de Doña Juana y que es ella la que ha inventado todo este fraude para logar el propósito de recobrar a su amado Don Martín. Es cierto que también existen algunos problemas de identidad personal tras ese disfraz ya que en alguna ocasión nos encontramos con el hecho de que hay una mujer tratando de enamorar a otra mujer, pero se ha explicado que esto no es un comportamiento homosexual sino que se trata de un caso de travestismo.
Por otra parte, ha sido pertinente destacar que había cierta polémica en la época por el hecho de que las mujeres se disfrazaran de hombre en el teatro ya que estaba considerado mal visto e incitaba al hombre al pecado.
He realizado también una distinción entre la representación teatral y la lectura de la obra ya que el público, en los dos ámbitos, es el único que no es engañado por el disfraz.
Finalmente, el tema principal de la comedia es el amor, el amor es el que impulsa el disfraz y por amor es por lo que se provoca todo este enredo.
En palabras de Zamora Vicente:
Pero Tirso no engaña: a cada paso nos está recordando que todo aquel fárrago de huidas y aproximaciones, vueltas y más vueltas a la propia personalidad es puro truco. Le interesa decirnos de mil maneras que la vida entera es invención, que alegremente, correteando, ensayando pasos nuevos de danza, estamos entregados a la gran faena de hacernos nuestra propia vida, poniendo los medios que nos parezcan más ajustados para conseguir metas y deseos. Él no pretende cubrir ni un momento de intocable verdad, aunque llegue a serlo, lo que ocurre ante nuestro asombro y nuestra sonrisa: nadie puede dudar de que Don Gil de las calzas verdes existe.[12]













BIBLIOGRAFÍA

·         ARELLANO, Ignacio, “Capítulo IV. Tirso de Molina” en Historia del teatro español del siglo XVII, Madrid, Cátedra, 2012, págs. 380-383.

·         DE MOLINA, Tirso, “Plata quebrada: la identidad como desencuentro” en Don Gil de las calzas verdes, Madrid, Cátedra, 2010, págs.54-59.

·         DE MOLINA, Tirso, “Aire de farsa” en Don Gil de las calzas verdes, Madrid, Castalia, 1990, págs. 38-43.

·         DE MOLINA, Tirso, Don Gil de las calzas verdes, Madrid, Cátedra, 2010.

·         EIROA, Sofía, “Técnicas dramáticas al servicio de dos protagonistas tirsianas: Doña Violante y Doña Juana” en Estudios de teatro del siglo de oro: Técnicas dramáticas de Tirso de Molina, Murcia, Universidad de Murcia, 2002, págs. 43-66.

·         GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Luis M., “La mujer en el teatro del siglo de oro español”, Revista de estudios teatrales, nº 6-7, 1995, págs. 41-70.

·         GUZMÁN ZÁRATE, Eduardo Ari, “El disfraz y la comicidad en Don Gil de las calzas verdes” en Larra, Tirso de Molina y López Velarde, Iztapalapa (México D.F), Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, 2006, págs. 25-48.

·         LY, Nadine, “Descripción del estatuto de los personajes en Don Gil de las calzas verdes de Tirso de Molina”, Revista Criticón, nº24, 1983, págs. 69-103.
























[1] Nadine Ly, “Descripción del estatuto de los personajes en Don Gil de las calzas verdes de Tirso de Molina”, Revista Criticón, nº24, 1983, pág. 70.
[2]Ignacio Arellano, “Capítulo IV. Tirso de Molina” en Historia del teatro español del siglo XVII, Madrid, Cátedra, 2012, pág. 382.
[3] Tirso de Molina, “Aire de farsa” en Don Gil de las calzas verdes, Madrid, Castalia, 1990, pág. 38.
[4] Tirso de Molina, “Plata quebrada: la identidad como desencuentro” en Don Gil de las calzas verdes, Madrid, Cátedra, 2010, pág. 55.
[5]Eduardo Ari Guzmán Zárate, “El disfraz y la comicidad en Don Gil de las calzas verdes” en Larra, Tirso de Molina y López Velarde, Iztapalapa (México D.F), Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, 2006, págs. 26-27.
[6] Ibidem, pág. 28.
[7] Ibibem, pág. 31.
[8]Tirso de Molina, Don Gil de las calzas verdes, Madrid, Cátedra, 2010, pág.  129, vv. 836-839.
[9]Nadine Ly, “Descripción del estatuto de los personajes en Don Gil de las calzas verdes de Tirso de Molina”, Revista Criticón, nº24, 1983, pág. 96.
[10] Luis M. González González, “La mujer en el teatro del siglo de oro español”, Revista de estudios teatrales, nº 6-7, 1995, págs. 65-66.
[11]Sofía Eiroa, “Técnicas dramáticas al servicio de dos protagonistas tirsianas: Doña Violante y Doña Juana” en Estudios de teatro del siglo de oro: Técnicas dramáticas de Tirso de Molina, Murcia, Universidad de Murcia, 2002, pág. 66.
[12]Tirso de Molina, “Aire de farsa” en Don Gil de las calzas verdes, Madrid, Castalia, 1990, pág. 40.

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